“¿Cómo puede una bicicleta costar más que una moto?” Explican por qué esto tiene sentido

La comparativa
La comparativa

El conocido creador de contenido Ryan F9 ha vuelto a sacudir el mundo del motor y la movilidad con un vídeo que ha generado un intenso debate: ¿cómo es posible que una bicicleta cueste más que una motocicleta?. La reflexión parte de una comparación directa entre dos productos muy distintos, pero que sorprendentemente se mueven en rangos de precio similares.

Por un lado, una KTM 390 Duke, una moto completa, con motor, electrónica, sistema de frenos, chasis, homologación global y más de 2.300 piezas, que cuesta alrededor de 7.300 dólares. Por otro, una bicicleta de montaña de gama alta, como una Norco, que puede superar con facilidad los 8.000 dólares, pese a no llevar motor, electrónica ni componentes complejos comparables.

Dos mundos muy distintos, dos formas de fabricar

Ryan explica que la diferencia no está tanto en los materiales como en la escala de producción. KTM fabrica decenas de miles de motos al año en distintos mercados del mundo, lo que permite reducir costes de manera drástica. Sus componentes se producen en masa, se ensamblan en cadenas industriales altamente optimizadas y se distribuyen globalmente con una logística muy afinada.

En cambio, el mundo de la bicicleta de alta gama funciona casi al revés. Muchas marcas producen volúmenes muy pequeños, con múltiples configuraciones posibles, combinando componentes de distintos proveedores y ensamblajes casi artesanales. Cada bicicleta puede tener decenas de variantes según talla, suspensión, transmisión o ruedas, lo que dispara los costes.

El factor “exclusividad” y el perfil del comprador

Otro punto clave es el perfil del cliente. Mientras que la moto suele ser un medio de transporte real en muchas partes del mundo, la bicicleta de alta gama se orienta a un público muy concreto, generalmente con alto poder adquisitivo y dispuesto a pagar por rendimiento, ligereza y tecnología punta.

Según se explica en el vídeo, el mercado de la bicicleta permite precios elevados porque el comprador los acepta. No se trata solo de moverse, sino de tener equipamiento de nivel profesional, muy cercano al que utilizan los ciclistas de competición. En ese sentido, una bicicleta de 8.000 euros puede estar más cerca del material que usan los profesionales que una moto de serie respecto a una de competición.

Tecnología, seguridad y evolución constante

Otro punto clave es la velocidad de evolución. En el mundo del ciclismo, los diseños cambian constantemente: geometrías, suspensiones, materiales y estándares evolucionan casi cada año. En las motos, sin embargo, un mismo modelo puede mantenerse casi intacto durante una década.

Esto hace que las bicicletas sean tecnológicamente más “efímeras”, pero también más avanzadas en ciertos aspectos, como el peso, la rigidez estructural o la absorción de impactos. De hecho, muchos modelos incorporan soluciones comparables a las de la competición profesional, algo poco habitual en motocicletas de calle.

¿Tiene sentido pagar tanto?

El propio Ryan F9 reconoce que, aunque pueda parecer absurdo, el precio tiene sentido dentro de su propio ecosistema. Una bicicleta de alta gama no es un capricho sin fundamento, sino una herramienta extremadamente especializada. Para muchos usuarios, pagar más implica mayor seguridad, mejor control y un producto diseñado para rendir al límite.

Eso sí, también deja claro que no todo el mundo necesita ese nivel de rendimiento, del mismo modo que no todo motorista necesita una superbike para ir al trabajo.

Una reflexión que va más allá del precio

Más allá del debate económico, el vídeo plantea una cuestión interesante: qué valoramos realmente cuando compramos un vehículo, ya sea con motor o a pedales. La comparación pone sobre la mesa cómo el mercado, la percepción del producto y el uso real influyen mucho más en el precio que la simple cantidad de piezas o la complejidad mecánica.

Y es precisamente ahí donde la reflexión de Ryan F9 conecta con tantos espectadores: no se trata solo de cuánto cuesta algo, sino de por qué estamos dispuestos a pagarlo.