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Se compra una Ducati Panigale y en dos años la conduce solo un mes: "El resto, en el taller oficial"

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Lo que prometía ser el sueño de cualquier amante de las motos de altas prestaciones terminó convertido en una pesadilla mecánica y legal. Un usuario ha compartido en redes su experiencia con la Ducati Panigale 1299 S, una moto icónica del mundo de las superbikes, dejando al descubierto lo que, según su relato, fue un auténtico calvario tras la compra.

¿Por qué me salió tan mala?”, se pregunta, todavía con incredulidad. Antes había tenido una Suzuki GSX-R 1000 y fue esa pasión por las motos deportivas lo que le llevó a cambiar. “Me trataron bien mal en el primer concesionario al que fui”, recuerda. Pero el diseño y el carácter de la Ducati lo conquistaron: “De lo mala que salió esta moto me arrepiento de haber dejado mi Suzuki”.

Como muchos entusiastas, comenzó a personalizar su Panigale al poco de tenerla: “Al mes le metí fibra de carbono, detalles de aluminio, parabrisas de doble burbuja, otros contrapesos, el tanque de gasolina Racing…”. Equipada con frenos Brembo, suspensiones electrónicas Öhlins y con un peso de 190 kg, la moto lo tenía todo. La dejaba en el patio y “solo salía a mirarla”.

Un cúmulo de problemas desde la primera revisión

Durante los primeros meses, todo parecía ir bien. “No sabía la que me esperaba”. Pero apenas tres meses y 2.400 kilómetros después, tras pasar la revisión, comenzaron los problemas. Al encenderla un día camino al trabajo: fallo de motor. En el taller le dijeron que era la sonda Lambda, una reparación cubierta por garantía, pero tardaron dos meses en conseguir la pieza.

La moto volvió a fallar. “Por más que la subías arriba de 110º nunca bajaba la temperatura”. Luego comenzaron los problemas de transmisión: el embrague hidráulico fallaba y, de nuevo, taller. Otro día, una alarma de motor y vuelta a revisar el radiador. La historia se repite. Hasta que la moto directamente se apagó en plena ruta, sin posibilidad de arrancarla. “Esta cochinada se apagó”, afirma.

El servicio técnico oficial diagnosticó un problema de fusibles, lo repararon… pero al intentar arrancarla de nuevo tras parar un momento, ya no encendía. Un mes más en el taller sin diagnóstico. Finalmente, Ducati autorizó cambiar todo el sistema eléctrico completo, un proceso que tardó tres meses más.

Intentos de solución, sin solución

Cuando la moto regresó, el propietario ya había perdido toda confianza. Intentó que le devolvieran el dinero, pero el plazo legal había pasado. Entró en batalla legal para al menos obtener un año más de garantía. Lo logró. Pero los fallos continuaron: más sobrecalentamientos, más apagones. Le llegaron a decir que “tenía que llevarla a una velocidad concreta para que no se calentara”.

Después de dos años con la moto, reconoce que solo la disfrutó un año y dos meses, el resto lo pasó en talleres. “El jefe de taller me reconoció que el cableado se quema, que las motos tienden a fallar”. Y eso encendió las alarmas: en cuanto se acabara la garantía, Ducati no se haría cargo. Quiso venderla con garantía, pero temía futuras reclamaciones.

Finalmente, llegó a un acuerdo para venderla al propio concesionario. “Accedió a comprármela bajo la amenaza de que si no lo hacía le iba a demandar”. Y así, cerró uno de los episodios más frustrantes que alguien puede vivir con una moto de gama alta.

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Lo que para muchos representa lo más alto del diseño y la ingeniería italiana, para este usuario fue una decepción permanente, un quebradero de cabeza mecánico y un coste emocional que ni siquiera los componentes más exclusivos pudieron compensar. Una historia que nos recuerda que, incluso entre las máquinas más deseadas, hay errores que no deberían pasar.